Mi llanto desconsolado empapaba su remera blanca, envuelta en sus brazos no tenía consuelo. Un hasta luego, parecía un adiós. Era un adiós, que después se convertiría en un hasta luego y más tarde en un hasta pronto.
De sus ojos dulces brotaban gotas de llanto. Dejando su frialdad de lado, repentinamente pronunció las palabras más tiernas que jamás hubiese esperado escuchar: “me voy feliz, porque se que cuando vuelva vos me vas a estar esperando.” Palabras que cuando la angustia nace me reconfortan. Me hacen sonreír.
Una vez más vivo la importancia de las palabras. Una vez más, soy consciente de que las palabras justas pueden alegrar el alma como también pueden destrozarla por completo.
No es un adiós, es un hasta pronto. Y aquí lo estaré esperando. Con la sonrisa más pura y sincera que jamás pude dar.